La nada cubría el infinito de una manera abrumadora. La oscuridad más negra, fuera de toda imaginación, inundaba la realidad. Solo dos figuras se alzaban erguidas y visibles. Mark y Tom, que segundos antes huían de los Pantera, ahora se encontraban cara a cara. -Dime ahora mismo todo lo que sepas, vejete- dijo Mark. Su rostro mostraba enfado y mantenía los puños apretados. –Mark, no has entendido nada, ¿verdad?- contestó Tom. Los dos estaban dentro de las sombras. Un espacio distorsionado al que solo podía acceder Tom. Era como estar en el fondo del océano.
-Explícame la situación, abuelo, o déjame salir de aquí-.
Tom Nikolieboom no tuvo más opción que abandonar a Mark en un pasillo cualquiera del castillo. No estaba dispuesto a contarle nada, y por lo visto eso impedía su colaboración. No quería obstáculos. Ni siquiera se despidieron.
Mark empezó a caminar buscando a algún Pantera para pedirle que le dejaran unirse, ya que al fin y al cabo es lo que quería desde el principio. Ese viejo le había engañado y le había hecho perder el tiempo. Si no sabía que pasaba, no podía ayudarle.
Por otra parte Tom se lamentaba de haber forzado al joven a ayudarle sin conocerle y sin explicarle la situación. Lo resolvería solo.
-Explícame la situación, abuelo, o déjame salir de aquí-.
Tom Nikolieboom no tuvo más opción que abandonar a Mark en un pasillo cualquiera del castillo. No estaba dispuesto a contarle nada, y por lo visto eso impedía su colaboración. No quería obstáculos. Ni siquiera se despidieron.
Mark empezó a caminar buscando a algún Pantera para pedirle que le dejaran unirse, ya que al fin y al cabo es lo que quería desde el principio. Ese viejo le había engañado y le había hecho perder el tiempo. Si no sabía que pasaba, no podía ayudarle.
Por otra parte Tom se lamentaba de haber forzado al joven a ayudarle sin conocerle y sin explicarle la situación. Lo resolvería solo.
***
El Hombre llamó a la puerta del despacho del Jefe antes de entrar. Era una puerta rústica que daba paso a una habitación alta, ancha y vacía salvo por una mesa enorme al fondo donde se sentaba el Jefe de espaldas a un ventanal como el de la sala de descanso. Este ventanal sin embargo daba a un acantilado en el que rompían las olas del mar muchos metros más abajo. El sol se elevaba sin tregua. Una alfombra verde cubría el suelo, y la única silla estaba vacía. De pie junto a la mesa estaba el Purasangre elegido por el Jefe para ser su ayudante. No sabía nada de él, ya que nunca se dejaba ver. Llevaba un esmoquin marrón con mocasines y camisa blanca, tenía el cabello castaño y unos finos ojos con la pupila en forma de cruz. No tenía un gusto habitual, y esto se mostraba de forma esclarecedora gracias al artefacto que rodeaba su cuello. Era una especie de braga también marrón hecha con tela gruesa que le tapaba toda la mandíbula, con los bordes y unas rayas verticales de color perla. No dijo nada, solo señaló con la cabeza la pared de la derecha para responder a la pregunta del Hombre sobre el paradero del Jefe. Inmediatamente unas finas líneas color esmeralda se dibujaron en la pared a modo de puerta y el Jefe emergió sin problemas de su escondite.
-Veo que por fin has llegado- dijo despreocupado abrochándose los botones de las mangas. Era un hombre corpulento, ancho de hombros. Rondaba la seductora edad de los cincuenta pero su pelo seguía sin una sola cana, engominado y lustroso. La barbilla cuadrada y su mirada alzada le daban cierto aire de soberbia. Pero era atento y amigable. Una finísima perilla asomaba casi imperceptible.
-Siento el retraso señor. Ya sabe-
-Te comprendo hijo. Todo iba bien hasta que aparecieron esos tipos en el campo de entrenamiento, ¿verdad?- poco a poco fue acercándose al Hombre mientras hablaba y se llevaba un puro a la boca. –Os he llamado por separado para que seáis vosotros los únicos que sepáis lo que realmente pasó, sin que tuvieras que dar explicaciones personalmente- continuó el Jefe. – Muchas gracias, señor- contestó El Hombre.
-Los miembros de los Pantera por debajo del rango Purasangre creen que fue Gin el que mató a sus compañeros. No podrá volver en mucho tiempo, pero es lo mejor para todos, si queremos evitar que esto se nos vaya de las manos y acabemos entrando en una guerra imposible de ganar con cualquier mafia a la que interroguemos- el Jefe condujo al Purasangre hacia el lugar por el que había entrado.- ¿Y si no fue una mafia, señor? ¿Y si el causante fue alguien que quería que pensáramos eso?-
-No te comprendo, Hombre- dijo el Jefe estupefacto.
-Nada, déjelo- contestó. El Jefe desapareció en la pared y su ayudante le siguió, indicando al Hombre que hiciera lo mismo.
-Los demás Purasangre saben la verdad y lo que tienen que decir ante las preguntas de los curiosos, y su misión es seguir con la marcha diaria de la organización. Pero me gustaría que antes de hacer eso, me contaras personalmente con todo lujo de detalles lo que ocurrió, ahora que te has recuperado-
El lugar en el que habían entrado era tan misterioso como majestuoso. Únicamente había entrado cuando le nombraron Purasangre. Procedía de la misma gema que la barrera protectora del castillo. Ahora la guarida secreta se mostraba como una habitación blanca y cuadrada llena de cubos de diferente tamaño donde sentarse. Todas las aristas eran verde pistacho. El Jefe se sentó en uno de los cubos, y los otros dos permanecieron en pie.
-Espléndido, ¿no crees?- dijo alzando la mano- La mayoría no sabe que existe, y ni siquiera yo, su actual dueño, la conozco al completo. Esta guarida secreta permitió nacer a esta mafia, y la gema que la sostiene esta también aquí dentro- miraba la nada.
-Oh, lo siento. Mi mente viaja más allá de las nubes cuando entro aquí- se disculpó.
El Hombre miró a su alrededor lentamente. –Entonces, señor- siguió sin ganas de sorprenderse- todo vuelve a la normalidad según usted, ¿no?- el Jefe se extrañó.
-¿Qué quieres decir Hombre?- Los cubos se movieron para formar un respaldo alrededor del Jefe para que se pudiera recostar.
-Me refiero a qué no vengo a contarle lo que sucedió en el campo de batalla porque creo que ya lo sabrá perfectamente, pero antes de intentar descubrir qué pasó realmente, con todos mis respetos, y disculpe si le doy prioridad a otro asunto sin su permiso, tengo que decirle que ha ocurrido algo- La tensión subió y el aura de los presentes parecía vibrar- Tenemos intrusos.-
El Jefe se alzó rápidamente.- Hombre mide bien lo que dices. Después de todo lo que ha pasado. ¿Intrusos? ¿En mi casa?- alzó la voz sorprendido. Sus ojos no cabían en incertidumbre. –No hay duda señor. Yo y Guslinger los vimos con nuestros propios ojos- contestó El Hombre- Por lo visto tenemos algo nuevo de lo que preocuparnos, ya que nadie ha logrado entrar aquí sin ser un Pantera, señor-
El Jefe se volvió a sentar. – ¿Sabes si tiene algo que ver con el ataque?- El Hombre recordó a sus compañeros muertos, y luego recordó a Mark, y sus desconcertantes palabras.-No señor, no tengo ni idea- Los tres titubearon un poco antes de decidir volver al despacho. El Jefe le dijo que se fuera a descansar mientras preparaba la persecución de los intrusos. Sin embargo El Hombre fue directo hacia el calabozo oculto sin decir nada a nadie.
El Jefe y su ayudante se miraron preocupados.
***
El castillo de los Pantera constaba de muchas habitaciones y lugares divididos sin mucho sentido, ya que la mayoría de los miembros ni siquiera vivían cerca y algunos incluso no lo habían pisado nunca. Se erguía sobretodo como símbolo para el país, donde residía un gran poder, y como lugar de encuentro para los dirigentes, como estaba sucediendo. Las órdenes se enviaban a otras sedes y la onda expansiva del dominio de la mafia llegaba hasta las fronteras del país. Había empezado sin muchas esperanzas, pero se estaba convirtiendo en algo indispensable. Los puntos de control de los Pantera fuera de las ciudades tampoco sabrían nunca lo que sucedió en el pequeño campo de entrenamiento de la capital, y mucho menos que los causantes de tal alboroto se encontraban encerrados en el calabozo oculto del castillo. Ni siquiera sabían que existía tal calabozo. Allí descansaban tres de los cinco que habían cambiado el curso, ya que los otros dos habían muerto a manos del que ahora se imputaba. El calabozo constaba de un solo pasillo con nueve celdas, todas vacías excepto una. Y ésta se encontraba al fondo.
Una sombra empezó a acercarse a ella poco a poco pese a la dura prohibición en lo que ha visitas se refería. No se podía distinguir su figura, pero se divisaba levemente la silueta trajeada de un hombre. Las paredes bajo tierra habían adquirido un tono mohoso y los barrotes goteaban óxido. Se postró frente a la celda ocupada, en silencio. Los tres prisioneros se le quedaron mirando sin pestañear. –Maldito cabrón ya era hora de que viniera alguien a sacarnos de aquí- gritaba el gordo- no sois más que una panda de imbéciles que no puede siquiera llevar a cabo un simple plan- el gordo se puso rojo y se atragantó con un trozo de pollo.
-Fuiste tú quién falló en la misión- respondió la sombra- y ahora estamos buscando una solución rápida que nos convenga a todos- dijo mientras abría la celda y entraba- estáis aquí voluntariamente porque se os pidió expresamente, para que nadie sospechara.
Nethuns y Yappi estaban sentados cerca de una esquina de la celda, lejos del sucio olor del gordo, quien les mandaba. No habían hablado todavía.
-¿Y qué pensáis hacer?- gritó el gordo, estupefacto.
-De momento nuestra prioridad es que no le podáis revelar a nadie la identidad del que ordenó el ataque, y por eso dicha persona me ha enviado aquí. Para mataros.-
El sonido del suelo resquebrajándose resonó por todo el lugar y un temblor sacudió el castillo entero. El polvo que había aparecido en medio del jardín trasero dio paso a dos figuras desconocidas. Nethuns podría haber escapado en cualquier momento, pero no encontró razón alguna para desconfiar hasta hace un segundo. Salvó su vida y la de Yappi abriendo un boquete en el techo usando sus puños en el último segundo, huyendo de su atacante. Le habían vuelto a engañar. Era la tercera vez que intentaban eliminarle este año después de contratarle, para que no pudiera delatar a nadie.
–Mierda. Nunca aprenderé- gritó Neth corriendo de una forma alocada, con el cabello alborotado. Yappi le siguió sin remedio. Pensó que habían sido unos estúpidos.
El Hombre llamó a la puerta del despacho del Jefe antes de entrar. Era una puerta rústica que daba paso a una habitación alta, ancha y vacía salvo por una mesa enorme al fondo donde se sentaba el Jefe de espaldas a un ventanal como el de la sala de descanso. Este ventanal sin embargo daba a un acantilado en el que rompían las olas del mar muchos metros más abajo. El sol se elevaba sin tregua. Una alfombra verde cubría el suelo, y la única silla estaba vacía. De pie junto a la mesa estaba el Purasangre elegido por el Jefe para ser su ayudante. No sabía nada de él, ya que nunca se dejaba ver. Llevaba un esmoquin marrón con mocasines y camisa blanca, tenía el cabello castaño y unos finos ojos con la pupila en forma de cruz. No tenía un gusto habitual, y esto se mostraba de forma esclarecedora gracias al artefacto que rodeaba su cuello. Era una especie de braga también marrón hecha con tela gruesa que le tapaba toda la mandíbula, con los bordes y unas rayas verticales de color perla. No dijo nada, solo señaló con la cabeza la pared de la derecha para responder a la pregunta del Hombre sobre el paradero del Jefe. Inmediatamente unas finas líneas color esmeralda se dibujaron en la pared a modo de puerta y el Jefe emergió sin problemas de su escondite.
-Veo que por fin has llegado- dijo despreocupado abrochándose los botones de las mangas. Era un hombre corpulento, ancho de hombros. Rondaba la seductora edad de los cincuenta pero su pelo seguía sin una sola cana, engominado y lustroso. La barbilla cuadrada y su mirada alzada le daban cierto aire de soberbia. Pero era atento y amigable. Una finísima perilla asomaba casi imperceptible.
-Siento el retraso señor. Ya sabe-
-Te comprendo hijo. Todo iba bien hasta que aparecieron esos tipos en el campo de entrenamiento, ¿verdad?- poco a poco fue acercándose al Hombre mientras hablaba y se llevaba un puro a la boca. –Os he llamado por separado para que seáis vosotros los únicos que sepáis lo que realmente pasó, sin que tuvieras que dar explicaciones personalmente- continuó el Jefe. – Muchas gracias, señor- contestó El Hombre.
-Los miembros de los Pantera por debajo del rango Purasangre creen que fue Gin el que mató a sus compañeros. No podrá volver en mucho tiempo, pero es lo mejor para todos, si queremos evitar que esto se nos vaya de las manos y acabemos entrando en una guerra imposible de ganar con cualquier mafia a la que interroguemos- el Jefe condujo al Purasangre hacia el lugar por el que había entrado.- ¿Y si no fue una mafia, señor? ¿Y si el causante fue alguien que quería que pensáramos eso?-
-No te comprendo, Hombre- dijo el Jefe estupefacto.
-Nada, déjelo- contestó. El Jefe desapareció en la pared y su ayudante le siguió, indicando al Hombre que hiciera lo mismo.
-Los demás Purasangre saben la verdad y lo que tienen que decir ante las preguntas de los curiosos, y su misión es seguir con la marcha diaria de la organización. Pero me gustaría que antes de hacer eso, me contaras personalmente con todo lujo de detalles lo que ocurrió, ahora que te has recuperado-
El lugar en el que habían entrado era tan misterioso como majestuoso. Únicamente había entrado cuando le nombraron Purasangre. Procedía de la misma gema que la barrera protectora del castillo. Ahora la guarida secreta se mostraba como una habitación blanca y cuadrada llena de cubos de diferente tamaño donde sentarse. Todas las aristas eran verde pistacho. El Jefe se sentó en uno de los cubos, y los otros dos permanecieron en pie.
-Espléndido, ¿no crees?- dijo alzando la mano- La mayoría no sabe que existe, y ni siquiera yo, su actual dueño, la conozco al completo. Esta guarida secreta permitió nacer a esta mafia, y la gema que la sostiene esta también aquí dentro- miraba la nada.
-Oh, lo siento. Mi mente viaja más allá de las nubes cuando entro aquí- se disculpó.
El Hombre miró a su alrededor lentamente. –Entonces, señor- siguió sin ganas de sorprenderse- todo vuelve a la normalidad según usted, ¿no?- el Jefe se extrañó.
-¿Qué quieres decir Hombre?- Los cubos se movieron para formar un respaldo alrededor del Jefe para que se pudiera recostar.
-Me refiero a qué no vengo a contarle lo que sucedió en el campo de batalla porque creo que ya lo sabrá perfectamente, pero antes de intentar descubrir qué pasó realmente, con todos mis respetos, y disculpe si le doy prioridad a otro asunto sin su permiso, tengo que decirle que ha ocurrido algo- La tensión subió y el aura de los presentes parecía vibrar- Tenemos intrusos.-
El Jefe se alzó rápidamente.- Hombre mide bien lo que dices. Después de todo lo que ha pasado. ¿Intrusos? ¿En mi casa?- alzó la voz sorprendido. Sus ojos no cabían en incertidumbre. –No hay duda señor. Yo y Guslinger los vimos con nuestros propios ojos- contestó El Hombre- Por lo visto tenemos algo nuevo de lo que preocuparnos, ya que nadie ha logrado entrar aquí sin ser un Pantera, señor-
El Jefe se volvió a sentar. – ¿Sabes si tiene algo que ver con el ataque?- El Hombre recordó a sus compañeros muertos, y luego recordó a Mark, y sus desconcertantes palabras.-No señor, no tengo ni idea- Los tres titubearon un poco antes de decidir volver al despacho. El Jefe le dijo que se fuera a descansar mientras preparaba la persecución de los intrusos. Sin embargo El Hombre fue directo hacia el calabozo oculto sin decir nada a nadie.
El Jefe y su ayudante se miraron preocupados.
***
El castillo de los Pantera constaba de muchas habitaciones y lugares divididos sin mucho sentido, ya que la mayoría de los miembros ni siquiera vivían cerca y algunos incluso no lo habían pisado nunca. Se erguía sobretodo como símbolo para el país, donde residía un gran poder, y como lugar de encuentro para los dirigentes, como estaba sucediendo. Las órdenes se enviaban a otras sedes y la onda expansiva del dominio de la mafia llegaba hasta las fronteras del país. Había empezado sin muchas esperanzas, pero se estaba convirtiendo en algo indispensable. Los puntos de control de los Pantera fuera de las ciudades tampoco sabrían nunca lo que sucedió en el pequeño campo de entrenamiento de la capital, y mucho menos que los causantes de tal alboroto se encontraban encerrados en el calabozo oculto del castillo. Ni siquiera sabían que existía tal calabozo. Allí descansaban tres de los cinco que habían cambiado el curso, ya que los otros dos habían muerto a manos del que ahora se imputaba. El calabozo constaba de un solo pasillo con nueve celdas, todas vacías excepto una. Y ésta se encontraba al fondo.
Una sombra empezó a acercarse a ella poco a poco pese a la dura prohibición en lo que ha visitas se refería. No se podía distinguir su figura, pero se divisaba levemente la silueta trajeada de un hombre. Las paredes bajo tierra habían adquirido un tono mohoso y los barrotes goteaban óxido. Se postró frente a la celda ocupada, en silencio. Los tres prisioneros se le quedaron mirando sin pestañear. –Maldito cabrón ya era hora de que viniera alguien a sacarnos de aquí- gritaba el gordo- no sois más que una panda de imbéciles que no puede siquiera llevar a cabo un simple plan- el gordo se puso rojo y se atragantó con un trozo de pollo.
-Fuiste tú quién falló en la misión- respondió la sombra- y ahora estamos buscando una solución rápida que nos convenga a todos- dijo mientras abría la celda y entraba- estáis aquí voluntariamente porque se os pidió expresamente, para que nadie sospechara.
Nethuns y Yappi estaban sentados cerca de una esquina de la celda, lejos del sucio olor del gordo, quien les mandaba. No habían hablado todavía.
-¿Y qué pensáis hacer?- gritó el gordo, estupefacto.
-De momento nuestra prioridad es que no le podáis revelar a nadie la identidad del que ordenó el ataque, y por eso dicha persona me ha enviado aquí. Para mataros.-
El sonido del suelo resquebrajándose resonó por todo el lugar y un temblor sacudió el castillo entero. El polvo que había aparecido en medio del jardín trasero dio paso a dos figuras desconocidas. Nethuns podría haber escapado en cualquier momento, pero no encontró razón alguna para desconfiar hasta hace un segundo. Salvó su vida y la de Yappi abriendo un boquete en el techo usando sus puños en el último segundo, huyendo de su atacante. Le habían vuelto a engañar. Era la tercera vez que intentaban eliminarle este año después de contratarle, para que no pudiera delatar a nadie.
–Mierda. Nunca aprenderé- gritó Neth corriendo de una forma alocada, con el cabello alborotado. Yappi le siguió sin remedio. Pensó que habían sido unos estúpidos.
3 comentarios:
Leído :D
Leidooooow! =)
x cierto q gracia me a exo lo d la seductora edad de los cincuenta! XD
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