El Hombre permanecía sentado en una de las camillas de la enfermería, cabizbajo. Ya habían pasado tres días desde el incidente y la mayoría de sus heridas habían sanado, pero su hombro, donde Yappi le había alcanzado, aún le dolía. La enfermera estaba extrayendo la vía que había llevado estos días, y quitó las vendas que tenía en manos y estómago.
-Con esto ya puedes irte, hombretón- rió la enfermera. Su largo cabello brillaba debido a los primeros rayos del sol.
-Tendrías que haberme dado el alta antes, Jeanne, mis compañeros ya están enterrados- susurró El Hombre.
-Por lo menos me han dicho que pudiste salvar a Gin- contestó la enfermera.
-Más bien fue al revés, pero eso ya no importa- dijo incorporándose. –Iré a buscarle de todas formas- y se dirigió hacia la puerta de la sala, poniéndose la chaqueta del traje.
-Me parece que ya no está aquí, pero de todas formas me han dicho que el Jefe quería verte cuando te recuperaras-
Al Hombre le extrañó la información sobre Gin, pero no hizo caso. Llegó al umbral de la puerta, y se giró para despedirse de Jeanne con una leve sonrisa, luego, se fue.
-Con esto ya puedes irte, hombretón- rió la enfermera. Su largo cabello brillaba debido a los primeros rayos del sol.
-Tendrías que haberme dado el alta antes, Jeanne, mis compañeros ya están enterrados- susurró El Hombre.
-Por lo menos me han dicho que pudiste salvar a Gin- contestó la enfermera.
-Más bien fue al revés, pero eso ya no importa- dijo incorporándose. –Iré a buscarle de todas formas- y se dirigió hacia la puerta de la sala, poniéndose la chaqueta del traje.
-Me parece que ya no está aquí, pero de todas formas me han dicho que el Jefe quería verte cuando te recuperaras-
Al Hombre le extrañó la información sobre Gin, pero no hizo caso. Llegó al umbral de la puerta, y se giró para despedirse de Jeanne con una leve sonrisa, luego, se fue.
***
La sala de descanso había sido un capricho del Jefe que casi nadie entendió. Los Pantera la utilizaban simplemente como pasillo ya que era obligatorio cruzarla para llegar a las habitaciones al entrar al castillo. De techo alto, estaba dividida en dos por una fila de taquillas que daba la impresión de separar una biblioteca de una sala de visitas penitenciarias. Las dos puertas estaban en la parte donde se ubicaban las mesas de metal, y más allá solo estanterías y libros que nadie utilizaba. Arriba, una gran claraboya dejaba entrever el amanecer, y a la derecha, por donde entro Craig desde las habitaciones, la pared había sido sustituida por un muro de cristal grueso, que permitía ver los bosques más allá del castillo, y más cerca, la muralla. Dentro de esta pequeña parte de la muralla, solo había césped, ya que no estaba muy separada del edificio. Cualquiera podría pensar que era un punto débil en la defensa, pero no convenía atacar de frente un punto con tanta visibilidad. Craig daba vueltas al frasco de perfume agarrando el purificador. Llevaba el cuello de la camisa desabrochado, y la chaqueta abierta. Sus gafas de sol, su pelo teñido de rubio caído hacia los lados y su corta perilla de aire casual le daban un toque seductor. Al entrar en la sala de descanso se dirigió hacia su taquilla mientras algunos Pantera madrugadores merodeaban por allí. Ésta se encontraba más o menos en el centro de la hilera y la abrió pulsando un código en el teclado numérico. Solo los Purasangre disfrutaban de este código, los demás debían conformarse con una simple llave o con la ausencia de taquilla propia. Dentro únicamente se podían ver catálogos y fotografías. Él no utilizaba su taquilla más que para dejar o cambiar algún que otro frasco de perfume diariamente. Allí habían cinco, y el que giraba en su mano derecha sumaban seis. Pero esta vez sobresalía otro objeto peculiar, tirado encima de los catálogos. Era un sobre. En él no ponía nada así que se lo guardo en el bolsillo interior de la chaqueta para leer la supuesta carta más tarde, y al cerrar y darse la vuelta le sobresaltó una voz femenina.
-No me gusta que vayas por ahí jugando con tus frascos, Craig.- En la mesa de metal frente a él se encontraba una mujer bella de largos cabellos rubios. Entrelazaba las manos ante su rostro apoyando la barbilla, y clavaba su mirada esmeralda en los ojos miel del joven. Era una mujer grande pero esbelta, atlética pero sensual. Llevaba puesta una corbata morada que ocultaba los botones de la camisa blanca. Se había cortado las mangas, por lo que sus hombros quedaban a la vista, fuertes y curvos. Una apretada falda negra por encima de las rodillas y unos pequeños tacones daban por completado el atuendo de Donna.
-Oh, Donna, siempre es un placer.- dijo suspirando y con la mano en el corazón. Se disculpó mientras guardaba el perfume en el bolsillo del pantalón.
-Ten cuidado, tu cara bonita no sirve conmigo.- arqueó una sonrisa, y bajó las manos. - Lo volviste a hacer.- Craig agitó la cabeza y apartó la mirada.-Mira, sabes que no te hecho ningún sermón, solo te aviso que te estoy vigilando.- Donna se recostó en la silla.
-¿Y qué es peor?-contestó Craig, suspirando.-Siempre metiéndote donde no te llaman.- Se miraron fríamente.
-Hace una semana encerraste civiles en tu perfume, otra vez. Ya va siendo hora de que recapacites.-
-Créeme, ya lo he hecho. Solo olvida que existo. Tu rol de mujer preocupada no pega conmigo.- Se levantó y se ajustó el cuello de la camisa, no se había quitado las gafas salvo al saludar a Donna. En ese momento, El Hombre entró por la misma puerta por la que lo había hecho Craig. Caminaba lento, mirando por el cristal hacia los bosques.
-Veo que ya te han dado el alta, felicidades.- Y volvió por donde había venido.
-¿Cómo estas, Hombre?-preguntó Belladonna.
-Como si me hubiera pasado por encima una manada de elefantes.- Abrió su taquilla, al lado justo de la de Craig, y sacó un brazalete.-Voy a ir al altar y dejaré esto. Por cierto, el Jefe quiere verme, aunque no sé porque.-
-El Jefe quiere vernos a todos los Purasangre, tranquilo.- Dijo mientras se levantaba de la silla.
-¿A todos? Supongo que será por lo del incidente. ¿Qué les han dicho a los demás miembros de la mafia?-
-Gin insistió en que les dijeran que fue culpa de él, por eso se ha ido por un tiempo. Que se enfureció con uno de los tiradores, mató a los tres Pantera y, evidentemente, se durmió.-
El Hombre pensó en Dragón, por lo visto Gin no dijo nada.- ¿Y lo demás?-contestó.
-Los Pindell, creo que se llamaban, incinerados, para no dejar rastro, y los otros tres encerrados en el sótano oculto.-
-Por lo visto ya está todo en su sitio, excepto la identidad del que ordenó el ataque. De todas formas, iré a ver al Jefe luego de dejar esto en el altar para mi aprendiz. ¿Me acompañas?-
-No chico, el Jefe quiere vernos por separado.- zanjó Belladonna.
***
Mark Shock miraba al vejete sin pestañear con la cabeza ladeada. Estaba sentado en una mesa de madera que ocupaba casi toda la habitación, parecía el comedor de un antiguo rey. Las paredes estaban desnudas, y las sillas, también de madera, se amontonaban sin orden alrededor. El vejete estaba sentado en una de ellas y Mark utilizaba otra para apoyar sus pies.
-Repite eso.- dijo Mark.
-Me llamo Tom Nikolieboom.- contestó el abuelo.
-Eso no, lo de antes. ¿Y qué clase de apellido es ese?-
-¿Qué no soy un Pantera?- rectificó. Al instante Mark pateó la silla y le golpeó a Tom en toda la cabeza, provocándole un gran chichón y una ruidosa caída. Mark echaba chispas.- ¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Todo esto es mentira? Tres días sin sentido.-
-No, no, no, tranquilo. Todo es verdad. Pero si te lo hubiera dicho antes ni siquiera hubieras entrado al castillo conmigo, te necesito.-
-Claro que hubiera entrado en el castillo. ¡Porque lo que quiero es ser miembro!-
-¡No puedes!-gritó Tom.- ¿Y por qué no?-contestó Mark. -¡Antes necesito tu ayuda!-
-¡Pero yo no quiero ayudarte viejo! ¿Significa esto que estamos en el castillo como intrusos? Por eso no me has dejado acercarme a otros Pantera, me has engañado.-
Tom cogió otra vez la silla y se sentó delante de Mark, que se había levantado de la mesa.
-Deja que te lo explique chico, siéntate.- Mark se sentó en el suelo.-Verás, si te he mentido es por tu bien.- Tom suspiró con cara de cansado, se tocó el bigote con la mano y continuó hablando.-No te he dejado que te unieras porque…porque…-cerró los ojos.-Todos los Pantera corren peligro.-
-Repite eso.- dijo Mark.
-Me llamo Tom Nikolieboom.- contestó el abuelo.
-Eso no, lo de antes. ¿Y qué clase de apellido es ese?-
-¿Qué no soy un Pantera?- rectificó. Al instante Mark pateó la silla y le golpeó a Tom en toda la cabeza, provocándole un gran chichón y una ruidosa caída. Mark echaba chispas.- ¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Todo esto es mentira? Tres días sin sentido.-
-No, no, no, tranquilo. Todo es verdad. Pero si te lo hubiera dicho antes ni siquiera hubieras entrado al castillo conmigo, te necesito.-
-Claro que hubiera entrado en el castillo. ¡Porque lo que quiero es ser miembro!-
-¡No puedes!-gritó Tom.- ¿Y por qué no?-contestó Mark. -¡Antes necesito tu ayuda!-
-¡Pero yo no quiero ayudarte viejo! ¿Significa esto que estamos en el castillo como intrusos? Por eso no me has dejado acercarme a otros Pantera, me has engañado.-
Tom cogió otra vez la silla y se sentó delante de Mark, que se había levantado de la mesa.
-Deja que te lo explique chico, siéntate.- Mark se sentó en el suelo.-Verás, si te he mentido es por tu bien.- Tom suspiró con cara de cansado, se tocó el bigote con la mano y continuó hablando.-No te he dejado que te unieras porque…porque…-cerró los ojos.-Todos los Pantera corren peligro.-
***
El hombre entregó el brazalete al horno. El altar se componía de una losa gigante de metal ubicada en la pared que quedaba en frente al entrar por la puerta principal del castillo. El castillo aún conservaba vestigios de piedra o de antigüedad, pero en la mayoría de los lugares la modernidad había salpicado el lugar, y este era uno de esos casos. Las paredes blancas, como las de la sala de descanso, contrastaban con la plata del monumento. Allí se iban escribiendo los nombres de los Pantera que habían fallecido. La mafia de los Pantera era la más importante del país, y controlaba la mayoría de las mafias pequeñas, o era aliado de ellas. Allí también se escribían sus nombres. Aún quedaban mafias independientes, pero eran muy pocas. En resumen, la sostenibilidad del país recaía en gran medida en la actuación de los Pantera. El Hombre estaba muy orgulloso de ello. Y más aún de haber llegado tan lejos, convirtiéndose en un Purasangre. Solo el Jefe estaba por encima de un Purasangre, y aunque él hubiera elegido a uno de los diez como ayudante personal, no lo ponía por encima. Esto le otorgaba el privilegio de ser una de las personas más importantes del país. Quería que él llegara a superarle. Por debajo de los miembros Purasangre existían quince categorías para identificar o clasificar a los mafiosos. Más de diez mil personas eran miembros. Algunos poderosos quedaban abajo como Gin, debido a su personalidad, y algunos malditos subían por influencia, pero aunque su aprendiz aún estaba muy bajo, estaba seguro que le superaría. Ahora ya no sería posible. El brazalete se fundía en el fondo del horno que estaba ubicado a los pies de la losa. Era un cubo de metal que siempre ardía, y allí se dejaban las pertenecías más valiosas de los muertos. Ese brazalete fue su primer regalo, hace un año.
-No debes culparte.- Thorn posó su mano sobre el hombro del Hombre.
-Gracias Thorn.- y después de unos momentos de silencio dijo:
-La vida no espera.- acto seguido se giró para encontrarse cara a cara con el Purasangre. Su piel morena tapaba unos voluminosos músculos del tamaño de una cabeza humana. Medía dos metros y su corpulencia era evidente. Hoy vestía pantalones vaqueros naranjas y una camiseta ajustada de su grupo favorito de rock. Sin duda lo más característico de Thorn eran sus rastas, que le llegaban hasta el muslo incluso recogidas en una coleta, y su generosidad.
-Por cierto, ¿ya has ido a ver al Jefe?-preguntó El Hombre.
-Migg lleva año y medio fuera de misión. Ralph y Kaila hace dos semanas que se esfumaron, pero sabemos que están bien. Que yo sepa los únicos que han ido a ver al Jefe ya son Craig y Guslinger. Supongo que Belladonna estará en camino así que te dejo a ti el siguiente turno.-
-Maldito seas tú y tu generosidad.- rió El Hombre por lo bajo.
-No debes culparte.- Thorn posó su mano sobre el hombro del Hombre.
-Gracias Thorn.- y después de unos momentos de silencio dijo:
-La vida no espera.- acto seguido se giró para encontrarse cara a cara con el Purasangre. Su piel morena tapaba unos voluminosos músculos del tamaño de una cabeza humana. Medía dos metros y su corpulencia era evidente. Hoy vestía pantalones vaqueros naranjas y una camiseta ajustada de su grupo favorito de rock. Sin duda lo más característico de Thorn eran sus rastas, que le llegaban hasta el muslo incluso recogidas en una coleta, y su generosidad.
-Por cierto, ¿ya has ido a ver al Jefe?-preguntó El Hombre.
-Migg lleva año y medio fuera de misión. Ralph y Kaila hace dos semanas que se esfumaron, pero sabemos que están bien. Que yo sepa los únicos que han ido a ver al Jefe ya son Craig y Guslinger. Supongo que Belladonna estará en camino así que te dejo a ti el siguiente turno.-
-Maldito seas tú y tu generosidad.- rió El Hombre por lo bajo.
2 comentarios:
capitulo leido como buena seguidora q soi! =)
esto cada vez se va poniendo mas emocionante queremos el sexto capitulo yaaa! XD
Ale, ya esta leído ;)
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