Hora de escapar

Unete a la Mafia

Los Pantera evacuan el castillo por orden del Jefe. Ahora los Purasangre persiguen a los enemigos. Se acerca el fin.

viernes, 26 de febrero de 2010

Capítulo 7. El Jefe.

 

 
  La nada cubría el infinito de una manera abrumadora. La oscuridad más negra, fuera de toda imaginación, inundaba la realidad. Solo dos figuras se alzaban erguidas y visibles. Mark y Tom, que segundos antes huían de los Pantera, ahora se encontraban cara a cara. -Dime ahora mismo todo lo que sepas, vejete- dijo Mark. Su rostro mostraba enfado y mantenía los puños apretados. –Mark, no has entendido nada, ¿verdad?- contestó Tom. Los dos estaban dentro de las sombras. Un espacio distorsionado al que solo podía acceder Tom. Era como estar en el fondo del océano.
-Explícame la situación, abuelo, o déjame salir de aquí-.
Tom Nikolieboom no tuvo más opción que abandonar a Mark en un pasillo cualquiera del castillo. No estaba dispuesto a contarle nada, y por lo visto eso impedía su colaboración. No quería obstáculos. Ni siquiera se despidieron.
  Mark empezó a caminar buscando a algún Pantera para pedirle que le dejaran unirse, ya que al fin y al cabo es lo que quería desde el principio. Ese viejo le había engañado y le había hecho perder el tiempo. Si no sabía que pasaba, no podía ayudarle.
  Por otra parte Tom se lamentaba de haber forzado al joven a ayudarle sin conocerle y sin explicarle la situación. Lo resolvería solo.
***

El Hombre
llamó a la puerta del despacho del Jefe antes de entrar. Era una puerta rústica que daba paso a una habitación alta, ancha y vacía salvo por una mesa enorme al fondo donde se sentaba el Jefe de espaldas a un ventanal como el de la sala de descanso. Este ventanal sin embargo daba a un acantilado en el que rompían las olas del mar muchos metros más abajo. El sol se elevaba sin tregua. Una alfombra verde cubría el suelo, y la única silla estaba vacía. De pie junto a la mesa estaba el Purasangre elegido por el Jefe para ser su ayudante. No sabía nada de él, ya que nunca se dejaba ver. Llevaba un esmoquin marrón con mocasines y camisa blanca, tenía el cabello castaño y unos finos ojos con la pupila en forma de cruz. No tenía un gusto habitual, y esto se mostraba de forma esclarecedora gracias al artefacto que rodeaba su cuello. Era una especie de braga también marrón hecha con tela gruesa que le tapaba toda la mandíbula, con los bordes y unas rayas verticales de color perla. No dijo nada, solo señaló con la cabeza la pared de la derecha para responder a la pregunta del Hombre sobre el paradero del Jefe. Inmediatamente unas finas líneas color esmeralda se dibujaron en la pared a modo de puerta y el Jefe emergió sin problemas de su escondite.
-Veo que por fin has llegado- dijo despreocupado abrochándose los botones de las mangas. Era un hombre corpulento, ancho de hombros. Rondaba la seductora edad de los cincuenta pero su pelo seguía sin una sola cana, engominado y lustroso. La barbilla cuadrada y su mirada alzada le daban cierto aire de soberbia. Pero era atento y amigable. Una finísima perilla asomaba casi imperceptible.
-Siento el retraso señor. Ya sabe-
-Te comprendo hijo. Todo iba bien hasta que aparecieron esos tipos en el campo de entrenamiento, ¿verdad?- poco a poco fue acercándose al Hombre mientras hablaba y se llevaba un puro a la boca. –Os he llamado por separado para que seáis vosotros los únicos que sepáis lo que realmente pasó, sin que tuvieras que dar explicaciones personalmente- continuó el Jefe. – Muchas gracias, señor- contestó El Hombre.
-Los miembros de los Pantera por debajo del rango Purasangre creen que fue Gin el que mató a sus compañeros. No podrá volver en mucho tiempo, pero es lo mejor para todos, si queremos evitar que esto se nos vaya de las manos y acabemos entrando en una guerra imposible de ganar con cualquier mafia a la que interroguemos- el Jefe condujo al Purasangre hacia el lugar por el que había entrado.- ¿Y si no fue una mafia, señor? ¿Y si el causante fue alguien que quería que pensáramos eso?-
-No te comprendo, Hombre- dijo el Jefe estupefacto.
-Nada, déjelo- contestó. El Jefe desapareció en la pared y su ayudante le siguió, indicando al Hombre que hiciera lo mismo.
-Los demás Purasangre saben la verdad y lo que tienen que decir ante las preguntas de los curiosos, y su misión es seguir con la marcha diaria de la organización. Pero me gustaría que antes de hacer eso, me contaras personalmente con todo lujo de detalles lo que ocurrió, ahora que te has recuperado-
  El lugar en el que habían entrado era tan misterioso como majestuoso. Únicamente había entrado cuando le nombraron Purasangre. Procedía de la misma gema que la barrera protectora del castillo. Ahora la guarida secreta se mostraba como una habitación blanca y cuadrada llena de cubos de diferente tamaño donde sentarse. Todas las aristas eran verde pistacho. El Jefe se sentó en uno de los cubos, y los otros dos permanecieron en pie.
-Espléndido, ¿no crees?- dijo alzando la mano- La mayoría no sabe que existe, y ni siquiera yo, su actual dueño, la conozco al completo. Esta guarida secreta permitió nacer a esta mafia, y la gema que la sostiene esta también aquí dentro- miraba la nada.
-Oh, lo siento. Mi mente viaja más allá de las nubes cuando entro aquí- se disculpó.
El Hombre miró a su alrededor lentamente. –Entonces, señor- siguió sin ganas de sorprenderse- todo vuelve a la normalidad según usted, ¿no?- el Jefe se extrañó.
-¿Qué quieres decir Hombre?- Los cubos se movieron para formar un respaldo alrededor del Jefe para que se pudiera recostar.
-Me refiero a qué no vengo a contarle lo que sucedió en el campo de batalla porque creo que ya lo sabrá perfectamente, pero antes de intentar descubrir qué pasó realmente, con todos mis respetos, y disculpe si le doy prioridad a otro asunto sin su permiso, tengo que decirle que ha ocurrido algo- La tensión subió y el aura de los presentes parecía vibrar- Tenemos intrusos.-
El Jefe se alzó rápidamente.- Hombre mide bien lo que dices. Después de todo lo que ha pasado. ¿Intrusos? ¿En mi casa?- alzó la voz sorprendido. Sus ojos no cabían en incertidumbre. –No hay duda señor. Yo y Guslinger los vimos con nuestros propios ojos- contestó El Hombre- Por lo visto tenemos algo nuevo de lo que preocuparnos, ya que nadie ha logrado entrar aquí sin ser un Pantera, señor-
El Jefe se volvió a sentar. – ¿Sabes si tiene algo que ver con el ataque?- El Hombre recordó a sus compañeros muertos, y luego recordó a Mark, y sus desconcertantes palabras.-No señor, no tengo ni idea- Los tres titubearon un poco antes de decidir volver al despacho. El Jefe le dijo que se fuera a descansar mientras preparaba la persecución de los intrusos. Sin embargo  El Hombre fue directo hacia el calabozo oculto sin decir nada a nadie.
El Jefe y su ayudante se miraron preocupados.

***

 El castillo de los Pantera constaba de muchas habitaciones y lugares divididos sin mucho sentido, ya que la mayoría de los miembros ni siquiera vivían cerca y algunos incluso no lo habían pisado nunca. Se erguía sobretodo como símbolo para el país, donde residía un gran poder, y como lugar de encuentro para los dirigentes, como estaba sucediendo. Las órdenes se enviaban a otras sedes y la onda expansiva del dominio de la mafia llegaba hasta las fronteras del país. Había empezado sin muchas esperanzas, pero se estaba convirtiendo en algo indispensable. Los puntos de control de los Pantera fuera de las ciudades tampoco sabrían nunca lo que sucedió en el pequeño campo de entrenamiento de la capital, y mucho menos que los causantes de tal alboroto se encontraban encerrados en el calabozo oculto del castillo. Ni siquiera sabían que existía tal calabozo. Allí descansaban tres de los cinco que habían cambiado el curso, ya que los otros dos habían muerto a manos del que ahora se imputaba. El calabozo constaba de un solo pasillo con nueve celdas, todas vacías excepto una. Y ésta se encontraba al fondo.
   Una sombra empezó a acercarse a ella poco a poco pese a la dura prohibición en lo que ha visitas se refería. No se podía distinguir su figura, pero se divisaba levemente la silueta trajeada de un hombre. Las paredes bajo tierra habían adquirido un tono mohoso y los barrotes goteaban óxido. Se postró frente a la celda ocupada, en silencio. Los tres prisioneros se le quedaron mirando sin pestañear. –Maldito cabrón ya era hora de que viniera alguien a sacarnos de aquí- gritaba el gordo- no sois más que una panda de imbéciles que no puede siquiera llevar a cabo un simple plan- el gordo se puso rojo y se atragantó con un trozo de pollo.
-Fuiste tú quién falló en la misión- respondió la sombra- y ahora estamos buscando una solución rápida que nos convenga a todos- dijo mientras abría la celda y entraba- estáis aquí voluntariamente porque se os pidió expresamente, para que nadie sospechara.
Nethuns y Yappi estaban sentados cerca de una esquina de la celda, lejos del sucio olor del gordo, quien les mandaba. No habían hablado todavía.
-¿Y qué pensáis hacer?- gritó el gordo, estupefacto.
-De momento nuestra prioridad es que no le podáis revelar a nadie la identidad del que ordenó el ataque, y por eso dicha persona me ha enviado aquí. Para mataros.-
  El sonido del suelo resquebrajándose resonó por todo el lugar y un temblor sacudió el castillo entero. El polvo que había aparecido en medio del jardín trasero dio paso a dos figuras desconocidas. Nethuns podría haber escapado en cualquier momento, pero no encontró razón alguna para desconfiar hasta hace un segundo. Salvó su vida y la de Yappi abriendo un boquete en el techo usando sus puños en el último segundo, huyendo de su atacante. Le habían vuelto a engañar. Era la tercera vez que intentaban eliminarle este año después de contratarle, para que no pudiera delatar a nadie.          
–Mierda. Nunca aprenderé- gritó Neth corriendo de una forma alocada, con el cabello alborotado. Yappi le siguió sin remedio. Pensó que habían sido unos estúpidos.


viernes, 19 de febrero de 2010

Capítulo 6. Intrusos.

 


  Mark Shock y Tom Nikolieboom buscaban el almacén de los Pantera.
-Maldita sea Vejete. ¿Ahora que estamos buscando?-
-Llevamos tres días buscando un objeto en particular que nos puede venir bien para la misión.- contestó Tom, rizándose el bigote.-Hoy toca el almacén.-
-Yo que pensaba que toda esta búsqueda y el evitar a los mafiosos era parte de una prueba de ingreso.-dijo Mark mosqueado.
-¿Prueba de ingreso? Para ser un Pantera solo tienes que hablar con uno de ellos y él te traerá aquí.- rió Tom.- ¿QUÉÉÉ? Eso es lo que iba a hacer yo. ¿Tan fácil?- se sorprendió Mark.- Claro, aunque solo la mitad lo soportan o sobreviven, si tienes suerte nunca te tocará ir más allá de simples recados, pero a algunos pueden enviarles a luchar fuera.-replicó el viejo. Caminaban por pasillos color salmón dejando atrás puertas ya revisadas. Si avanzaban un poco más, según sus cálculos, llegarían a una sala con ascensores, y en una esquina de la misma, estaba la entrada al almacén, todo en el primer piso del castillo. De pronto un Pantera dobló la esquina y la pareja se metió rápidamente en una sombra de la pared, desapareciendo. Cuando pasó el mafioso, se asomaron y al ver que se iba, salieron, y siguieron caminando.
-Por cierto vejete, ¿qué te importa a ti lo que le pase a esta mafia? Aunque sea un pilar importante de este país, avísales y ya está, pase lo que pase, ellos son los que se tienen que encargar. Yo lo haría si me hubieras dejado alistarme.- Y lo miró hinchando los carrillos. –Me importa porque mi deber es proteger a la gente que quiero.- Mark no comprendió, y el rostro de Tom se tornó triste por un momento.
  Los dos caminaban en silencio expectantes por precaución. Nadie que no fuera un miembro de la mafia podía penetrar los alrededores del castillo porque estaba protegido por una capa reflectora, creada por una gema especial de color esmeralda, oculta. Mark no se estaba enterando de la magnitud que podían abarcar las palabras de Tom, y pensaba simplemente en que salvar a los Pantera implicaba que siguieran existiendo, y eso a su vez implicaba que podría unirse a ellos. La pareja, después de doblar varias esquinas, llegó a un largo pasillo, a sus espaldas había una ventana que daba a un pequeño patio interior. El pasillo tenía unas pocas puertas estampadas a los lados, cada una de un color diferente. Estas se abrieron sin previo aviso, todas a la vez, y unos treinta Pantera quedaron frente a Mark y Tom, inmóviles. La sorpresa y el pavor quedaron reflejados en ambas partes. 
***
El patio interior que Mark y Tom ni siquiera habían mirado, estaba coronado en el centro por una pequeña pero detallada fuente cristalina, rodeada de mármol pavimentado, donde solo crecía la hierba en los bordes donde nacía la pared. El patio parecía ser un misterioso agujero entre cuatro edificios, que, en el fondo, eran uno solo. No más grande que una plaza de pueblo, accesible únicamente por un puente bajo de piedra entre dos de esos supuestos edificios. En un tercer piso que también daba a este patio, completamente adaptado al ocio, Guslinger practicaba diana con sus cuchillos en una pequeña tabla de madera, al otro lado de la habitación. Varios Pantera jugaban a cartas y bebían, mientras otros iban de aquí para allá con sus quehaceres. Era un lugar casi vacío como muchos otros en el inmenso castillo, donde grupos de miembros amigos hacían vida en los momentos de descanso, un lugar perfecto para El Hombre donde pasar una mañana pesada. No recordaba que era el lugar favorito de Gus. El Hombre entró con paso lento y mirando a Gus de vez en cuando, quien tenía puestos sus ojos en él sin dejar de lanzar cuchillos. Algunos pasaron rozando la cabeza del Hombre al cruzar la línea de tiro sin que la situación cambiara lo más mínimo. Acto seguido se sentó unas mesas más allá del Purasangre.
-No estarás evitando al Jefe, ¿verdad?- dijo Guslinger rompiendo el hielo.
-Solo quiero retrasar todo lo que pueda el tener que revivir la muerte de mis compañeros.- Gus lo miró con una sonrisa maliciosa.-Thorn ha ido por mi.- El Hombre miraba por la ventana. Guslinger era el Purasangre más rebelde. Vestía un abrigo largo de cuero negro que le llegaba a los tobillos, lleno de cinturones cortos que le salían de las costuras. Debajo del abrigo abierto Gus combinaba blanco y negro en un conjunto extraño de ropa ligera. Se tapaba la cabeza con un pañuelo negro, y las manos con un par de mitones. Éste cogió una silla y se sentó enfrente del Hombre holgadamente, levantando ligeramente el mentón.
-Yo ya he ido a hablar con el Jefe, ¿sabes? Y no me ha gustado nada lo que me ha dicho. ¿Tú estabas en el campo de entrenamiento, no?- preguntó el Purasangre. El Hombre ya conocía a Guslinger aunque hubiera llegado de los últimos. Sabía a donde quería llegar.
-Mira, a mí no me importa lo que ocurriera- continuó- pero si tienes algo que contarme…-
Aún no sabía si él conocía la verdadera situación como Donna, así que calló.
-Me estás sacando de quicio, listillo.- dijo levantándose bruscamente de la silla.
-No sé qué te habrá contado el Jefe. Así que cuando yo hable con él, tendré las respuestas que buscas.-contestó El Hombre.
-¡¿Estás insinuando que no se me cuentan las cosas?!- se enfadó Gus.
-¡¡Intrusooooooooooooooooooooooooooooooooooooooos!!-
El grito se oyó claramente y lo dejó todo en silencio. Los dos Purasangres miraron por la ventana y lo vieron. Un viejo con forma de pelota caía libremente desde un primer piso, acompañado de los cristales que había roto en el salto. Se sujetaba el sombrero con una mano, y con la otra, arrastraba de las solapas a un chico rubio. Ese chico. Le sonaba. Asomados a la ventana un grupo numeroso de Panteras gritaban pidiendo refuerzos mientras algunos bajaban a toda prisa las escaleras. La pareja de intrusos aterrizó. Algunos Pantera resbalaron ventana abajo por los empujones generados por la confusión. Mark y Tom empezaron a correr hacia el arco del puente. Gus se dirigió rápidamente al alfeizar de la ventana y la abrió, pero una mano se le interpuso.
-Yo iré.- sentenció El Hombre. Y saltó al patio desde el tercer piso, posándose sobre la pequeña escultura de la fuente en forma de pantera, y de ahí al puente, cruzándolo por encima mientras los intrusos lo hacían por abajo. Los tres salieron al descampado más grande de todo el castillo. El Hombre cayó unos metros por delante de la atónita pareja después de un perfecto salto con voltereta. Volvían a encontrarse. Silencio. Las hojas rozaban el suelo frente a la ligera brisa y el cabello de los presentes se elevaba.
-¡Tú!- gritó El Hombre señalando a Mark.- ¿Qué hacías en el campo de entrenamiento? Te vi allí al salir. ¿¡Vosotros sois los responsables!?-
-Mierda vejete. ¿Qué hacemos? Nos han pillado.- Mark miraba a uno y otro. Tom se había quedado petrificado, y no reaccionaba.
-Joder abuelo, tú has dicho que los Pantera corren peligro. Contémoselo.-
-No Mark. Lo haremos solos, por seguridad. Si nos cogieran no tendríamos tiempo.-contestó Tom. –No lo entiendo.- siguió Mark.
El Hombre lo oyó todo sin dar crédito. ¿Peligro? ¿Qué estaba pasando? ¿Formaba parte del atentado?
En ese momento Gus apareció en el cielo por el mismo sitio donde segundos antes lo había hecho El Hombre.
-Vejete reacciona. La sombra, rápido, métenos en la sombra.- Tom despertó de su ensimismamiento en el último segundo y rodeó a Mark con la capa. Desaparecieron en el instante en el que Gus lanzaba tres cuchillos que acabaron clavados en la hierba. Los dos Purasangre se miraron. De todas partes llegaron miembros alertados preguntando qué había pasado. El Hombre se ofreció para informar al Jefe, ya que de todas formas tenía que ir a hablar con él. La desconfianza de Guslinger se notaba en el ambiente, y El Hombre se preguntaba cada vez más qué era eso que el Jefe les estaba contando a todos.

***

La sala de archivos ocupaba una gran superficie del segundo piso. Toda la documentación anterior a la guerra estaba restringida, pero la contabilidad, los perfiles de los miembros, y una gran suma de datos estaban a disposición de cualquier Pantera con ganas de respirar polvo. Algunos de estos últimos pasaban las hojas en silencio, aliviados por la tranquilidad del lugar. Varias estanterías fueron destrozadas y un hombre chocó contra la pared de repente. Ese hombre segundos antes se había insinuado de una forma descarada a Belladonna ante la mirada atónita y burlona de sus compañeros. Eran novatos. El puñetazo de Donna había arrasado todo a su paso. Los compañeros de ese pobre desgraciado se habían quedado alucinados por el poder de la Purasangre. Su brazo se había estirado llevando a su víctima a empotrarse. La extremidad estirada despertó la curiosidad de un segundo descerebrado que la tocó como si se tratara de un gusano. La mano apareció tras él sin que se enterara y le tocó el hombro, éste se giró y recibió un puñetazo peor que el de su compañero. Donna estaba cabreadísima, pero nada tenían que ver esos estúpidos. Recogió su brazo en forma de muelle, situándose ella en el centro mismo.
-Largo- Los que estaban en pie y los que estaban leyendo huyeron despavoridos.
Nada de lo que le había dicho el Jefe podía ser verdad. No podía aceptarlo. Cerró los ojos, y una lágrima resbaló por su blanca mejilla.

sábado, 13 de febrero de 2010

Capítulo 5. Purasangres.

 



   El Hombre permanecía sentado en una de las camillas de la enfermería, cabizbajo. Ya habían pasado tres días desde el incidente y la mayoría de sus heridas habían sanado, pero su hombro, donde Yappi le había alcanzado, aún le dolía. La enfermera estaba extrayendo la vía que había llevado estos días, y quitó las vendas que tenía en manos y estómago.
-Con esto ya puedes irte, hombretón- rió la enfermera. Su largo cabello brillaba debido a los primeros rayos del sol.
-Tendrías que haberme dado el alta antes, Jeanne, mis compañeros ya están enterrados- susurró El Hombre.
-Por lo menos me han dicho que pudiste salvar a Gin- contestó la enfermera.
-Más bien fue al revés, pero eso ya no importa- dijo incorporándose. –Iré a buscarle de todas formas- y se dirigió hacia la puerta de la sala, poniéndose la chaqueta del traje.
-Me parece que ya no está aquí, pero de todas formas me han dicho que el Jefe quería verte cuando te recuperaras-
Al Hombre le extrañó la información sobre Gin, pero no hizo caso. Llegó al umbral de la puerta, y se giró para despedirse de Jeanne con una leve sonrisa, luego, se fue.

***

La sala de descanso había sido un capricho del Jefe que casi nadie entendió. Los Pantera la utilizaban simplemente como pasillo ya que era obligatorio cruzarla para llegar a las habitaciones al entrar al castillo. De techo alto, estaba dividida en dos por una fila de taquillas que daba la impresión de separar una biblioteca de una sala de visitas penitenciarias. Las dos puertas estaban en la parte donde se ubicaban las mesas de metal, y más allá solo estanterías y libros que nadie utilizaba. Arriba, una gran claraboya dejaba entrever el amanecer, y a la derecha, por donde entro Craig desde las habitaciones, la pared había sido sustituida por un muro de cristal grueso, que permitía ver los bosques más allá del castillo, y más cerca, la muralla. Dentro de esta pequeña parte de la muralla, solo había césped, ya que no estaba muy separada del edificio. Cualquiera podría pensar que era un punto débil en la defensa, pero no convenía atacar de frente un punto con tanta visibilidad. Craig daba vueltas al frasco de perfume agarrando el purificador. Llevaba el cuello de la camisa desabrochado, y la chaqueta abierta. Sus gafas de sol, su pelo teñido de rubio caído hacia los lados y su corta perilla de aire casual le daban un toque seductor. Al entrar en la sala de descanso se dirigió hacia su taquilla mientras algunos Pantera madrugadores merodeaban por allí. Ésta se encontraba más o menos en el centro de la hilera y la abrió pulsando un código en el teclado numérico. Solo los Purasangre disfrutaban de este código, los demás debían conformarse con una simple llave o con la ausencia de taquilla propia. Dentro únicamente se podían ver catálogos y fotografías. Él no utilizaba su taquilla más que para dejar o cambiar algún que otro frasco de perfume diariamente. Allí habían cinco, y el que giraba en su mano derecha sumaban seis. Pero esta vez sobresalía otro objeto peculiar, tirado encima de los catálogos. Era un sobre. En él no ponía nada así que se lo guardo en el bolsillo interior de la chaqueta para leer la supuesta carta más tarde, y al cerrar y darse la vuelta le sobresaltó una voz femenina.
-No me gusta que vayas por ahí jugando con tus frascos, Craig.- En la mesa de metal frente a él se encontraba una mujer bella de largos cabellos rubios. Entrelazaba las manos ante su rostro apoyando la barbilla, y clavaba su mirada esmeralda en los ojos miel del joven. Era una mujer grande pero esbelta, atlética pero sensual. Llevaba puesta una corbata morada que ocultaba los botones de la camisa blanca. Se había cortado las mangas, por lo que sus hombros quedaban a la vista, fuertes y curvos. Una apretada falda negra por encima de las rodillas y unos pequeños tacones daban por completado el atuendo de Donna.
-Oh, Donna, siempre es un placer.- dijo suspirando y con la mano en el corazón. Se disculpó mientras guardaba el perfume en el bolsillo del pantalón.
-Ten cuidado, tu cara bonita no sirve conmigo.- arqueó una sonrisa, y bajó las manos.   - Lo volviste a hacer.- Craig agitó la cabeza y apartó la mirada.-Mira, sabes que no te hecho ningún sermón, solo te aviso que te estoy vigilando.- Donna se recostó en la silla.
-¿Y qué es peor?-contestó Craig, suspirando.-Siempre metiéndote donde no te llaman.- Se miraron fríamente.
-Hace una semana encerraste civiles en tu perfume, otra vez. Ya va siendo hora de que recapacites.-
-Créeme, ya lo he hecho. Solo olvida que existo. Tu rol de mujer preocupada no pega conmigo.- Se levantó y se ajustó el cuello de la camisa, no se había quitado las gafas salvo al saludar a Donna. En ese momento, El Hombre entró por la misma puerta por la que lo había hecho Craig. Caminaba lento, mirando por el cristal hacia los bosques.
-Veo que ya te han dado el alta, felicidades.- Y volvió por donde había venido.
-¿Cómo estas, Hombre?-preguntó Belladonna.
-Como si me hubiera pasado por encima una manada de elefantes.- Abrió su taquilla, al lado justo de la de Craig, y sacó un brazalete.-Voy a ir al altar y dejaré esto. Por cierto, el Jefe quiere verme, aunque no sé porque.-
-El Jefe quiere vernos a todos los Purasangre, tranquilo.- Dijo mientras se levantaba de la silla.
-¿A todos? Supongo que será por lo del incidente. ¿Qué les han dicho a los demás miembros de la mafia?-
-Gin insistió en que les dijeran que fue culpa de él, por eso se ha ido por un tiempo. Que se enfureció con uno de los tiradores, mató a los tres Pantera y, evidentemente, se durmió.-
El Hombre pensó en Dragón, por lo visto Gin no dijo nada.- ¿Y lo demás?-contestó.
-Los Pindell, creo que se llamaban, incinerados, para no dejar rastro, y los otros tres encerrados en el sótano oculto.-
-Por lo visto ya está todo en su sitio, excepto la identidad del que ordenó el ataque. De todas formas, iré a ver al Jefe luego de dejar esto en el altar para mi aprendiz. ¿Me acompañas?-
-No chico, el Jefe quiere vernos por separado.- zanjó Belladonna. 
***
Mark Shock miraba al vejete sin pestañear con la cabeza ladeada. Estaba sentado en una mesa de madera que ocupaba casi toda la habitación, parecía el comedor de un antiguo rey. Las paredes estaban desnudas, y las sillas, también de madera, se amontonaban sin orden alrededor. El vejete estaba sentado en una de ellas y Mark utilizaba otra para apoyar sus pies.
-Repite eso.- dijo Mark.
-Me llamo Tom Nikolieboom.- contestó el abuelo.
-Eso no, lo de antes. ¿Y qué clase de apellido es ese?-
-¿Qué  no soy un Pantera?- rectificó. Al instante Mark pateó la silla y le golpeó a Tom en toda la cabeza, provocándole un gran chichón y una ruidosa caída. Mark echaba chispas.- ¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Todo esto es mentira? Tres días sin sentido.-
-No, no, no, tranquilo. Todo es verdad. Pero si te lo hubiera dicho antes ni siquiera hubieras entrado al castillo conmigo, te necesito.-
-Claro que hubiera entrado en el castillo. ¡Porque lo que quiero es ser miembro!-
-¡No puedes!-gritó Tom.- ¿Y por qué no?-contestó Mark. -¡Antes necesito tu ayuda!-
-¡Pero yo no quiero ayudarte viejo! ¿Significa esto que estamos en el castillo como intrusos? Por eso no me has dejado acercarme a otros Pantera, me has engañado.-
Tom cogió otra vez la silla y se sentó delante de Mark, que se había levantado de la mesa.
-Deja que te lo explique chico, siéntate.- Mark se sentó en el suelo.-Verás, si te he mentido es por tu bien.- Tom suspiró con cara de cansado, se tocó el bigote con la mano y continuó hablando.-No te he dejado que te unieras porque…porque…-cerró los ojos.-Todos los Pantera corren peligro.-
 
***
El hombre entregó el brazalete al horno. El altar se componía de una losa gigante de metal ubicada en la pared que quedaba en frente al entrar por la puerta principal del castillo. El castillo aún conservaba vestigios de piedra o de antigüedad, pero en la mayoría de los lugares la modernidad había salpicado el lugar, y este era uno de esos casos. Las paredes blancas, como las de la sala de descanso, contrastaban con la plata del monumento. Allí se iban escribiendo los nombres de los Pantera que habían fallecido. La mafia de los Pantera era la más importante del país, y controlaba la mayoría de las mafias pequeñas, o era aliado de ellas. Allí también se escribían sus nombres. Aún quedaban mafias independientes, pero eran muy pocas. En resumen, la sostenibilidad del país recaía en gran medida en la actuación de los Pantera. El Hombre estaba muy orgulloso de ello. Y más aún de haber llegado tan lejos, convirtiéndose en un Purasangre. Solo el Jefe estaba por encima de un Purasangre, y aunque él hubiera elegido a uno de los diez como ayudante personal, no lo ponía por encima. Esto le otorgaba el privilegio de ser una de las personas más importantes del país. Quería que él llegara a superarle. Por debajo de los miembros Purasangre existían quince categorías para identificar o clasificar a los mafiosos. Más de diez mil personas eran miembros. Algunos poderosos quedaban abajo como Gin, debido a su personalidad, y algunos malditos subían por influencia, pero aunque su aprendiz aún estaba muy bajo, estaba seguro que le superaría. Ahora ya no sería posible. El brazalete se fundía en el fondo del horno que estaba ubicado a los pies de la losa. Era un cubo de metal que siempre ardía, y allí se dejaban las pertenecías más valiosas de los muertos. Ese brazalete fue su primer regalo, hace un año.
-No debes culparte.- Thorn posó su mano sobre el hombro del Hombre.
-Gracias Thorn.- y después de unos momentos de silencio dijo:
-La vida no espera.- acto seguido se giró para encontrarse cara a cara con el Purasangre. Su piel morena tapaba unos voluminosos músculos del tamaño de una cabeza humana. Medía dos metros y su corpulencia era evidente. Hoy vestía pantalones vaqueros naranjas y una camiseta ajustada de su grupo favorito de rock. Sin duda lo más característico de Thorn eran sus rastas, que le llegaban hasta el muslo incluso recogidas en una coleta, y su generosidad.
-Por cierto, ¿ya has ido a ver al Jefe?-preguntó El Hombre.
-Migg lleva año y medio fuera de misión. Ralph y Kaila hace dos semanas que se esfumaron, pero sabemos que están bien. Que yo sepa los únicos que han ido a ver al Jefe ya son Craig y Guslinger. Supongo que Belladonna estará en camino así que te dejo a ti el siguiente turno.-
-Maldito seas tú y tu generosidad.- rió El Hombre por lo bajo.

viernes, 5 de febrero de 2010

Capítulo 4. Encuentro.


La sangre derramada fluía en la atmósfera mientras los dos oponentes cruzaban sus
afiladas miradas. El gordo, humillado porque era la primera vez que tenía la necesidad
de permanecer en el suelo, no cesaba de lanzar insultos al aire moviendo alocadamente los brazos, fuera de sus casillas.
-¡¡¡Yappiiii!!! ¡Ni se te ocurra perder maldito portador!-
Los “Pantera” vencidos daban al Hombre el último soplo de energía que necesitaba para mantenerse en pie, pero no estaba seguro de que eso fuera suficiente.
El enemigo no parecía estar muy contento con su nueva misión. Hacía tiempo que no luchaba.
-Después de todo este espectáculo no creo que deba decirte mucho más de lo que ya has oído.- Se quitó la camiseta naranja que llevaba y sacó un par de sais de sus pantalones rojos. El Hombre se apoyaba exhausto en su bô, su mente no conseguía procesar mucha información, pero mantenía el instinto y los reflejos.
Sin más preámbulos, esta terrorífica declaración de guerra siguió, con una primera arremetida de Yappi. El pelirrojo fue directo a clavar sus sais en el pecho del Hombre sin vacilar, y éste movió el bô para alejarlos, pero no pudo evitar un corte profundo en el abdomen. Las chispas que siguieron estallaban en la retina de los combatientes, producidas por el choque de los metales. El Hombre necesitaba deshacerse de las armas de su nuevo enemigo, y la única forma que se le ocurría era insertar el bô en uno de los dos huecos que presentaban los sais, y arrebatárselos de un golpe, pero no iba a ser nada fácil. Las embestidas de Yappi hacían retroceder al Pantera demasiado, pero no podía perder. Sus compañeros estaban en el suelo y él solo tenía que vencer al último oponente. Se armó de valor, y partió el bô en dos para poder luchar con sus dos manos. El ambiente se estaba caldeando. La temperatura del lugar subía por momentos. El Hombre consiguió realizar su estrategia después de unos cuantos golpes y cortes, y con un giro de muñeca lanzó el sai por los aires. Solo quedaba uno. El sudor resbalaba por la piel de los presentes. Estaba recobrando el espíritu de batalla poco a poco, pero aún no había conseguido golpear al pelirrojo. Unió sus dos bô y creó una lanza que dirigió hacia Yappi. Éste no tuvo más remedio que interceptarla con su sai. El Hombre sonrió, e hizo girar su muñeca de nuevo. Hacía mucho calor. El aire ondeaba y la tierra del lugar tragó la punta de la lanza del Hombre sin dificultad. Yappi sonrió. El Hombre quiso reaccionar, desarmado, pero su enemigo fue más rápido, y el sai probó la carne del enemigo, besando la clavícula y suspirando por el corazón. No sangró. La herida se había cauterizado en el mismo instante en que se hizo. El vapor emergía sin piedad y el calor extremo que había surgido de repente impregnaba el aire. El Hombre, con sus últimas energías, consiguió sujetar el sai, y la piel se le adhirió a él, ya que ardía.
-Bastardos insensatos, no os saldréis con la vuestra.-
-Creo que no estás en posición de soltar amenazas.- Al decir esto, Yappi pateó fuertemente el estómago del Hombre, pero éste no soltó el sai. El pelirrojo arqueó una ceja, y acto seguido volvió a patear al Pantera. Seguía agarrado. Yappi hizo una mueca de rabia y empezó a patear sin descanso al Hombre mientras gritaba.
-Suelta maldito insecto, déjame en paz. Admite la derrota estúpido. ¡¡Suelta!!.-
De pronto, el pie de Yappi se incendió y golpeó con tanta fuerza el cuerpo del Hombre que éste salió disparado sin remedio, casi inconsciente. Todo alrededor cayó devorado por las llamas del ataque. Yappi fue caminando hacia donde había caído su enemigo lentamente, mientras jugaba con tres mecheros en su mano derecha.
-Creía que había quedado claro cuál era tu sitio en esta batalla. ¡Sentarte y observar como los hermanos Pindell os aniquilaban a todos! ¿Pero no podíais admitir vuestro papel, verdad? Os creéis superiores por pertenecer a una mafia, pero no sois capaces de hacer frente ni a un simple portador.-
Con cada palabra que pronunciaba, la bola de fuego flotante que había aparecido en su cabeza iba creciendo más y más, candente y amenazadora. El Hombre veía su fin cada vez más cerca. Respiraba con dificultad a causa del vapor y las quemaduras le escocían.
-En fin, todo eso ya no importa, porque tu muerte pondrá fin a la misión.-
Levantó el brazo mostrando el pequeño sol que se había formado. La luz naranja bañaba la vista, y sin esperar un segundo más, Yappi sonrió y bajó el brazo como una guillotina sentenciando al Hombre. Iba a morir calcinado. Pero el ataque nunca se realizó. Pareció un sueño en la imaginación de Yappi. El Hombre solo podía esperar. El rostro del enemigo se estaba contorsionando, y su cuerpo empezaba a arquearse. La desaparecida bola de fuego había dejado tras de sí únicamente humo. A su lado Gin mantenía la posición, con la katana levantada y sombría expresión.
-No merecéis más.- sentenció.
Y en ese momento el suelo se abrió bajo los pies del pelirrojo al mismo momento que éste se elevaba en el aire completamente derrotado, medio muerto. Su grito llenó la noche. El corte del espadachín había dejado un vacío en el espacio que les ofreció la victoria. El cuerpo de Yappi cayó a tierra, y Gin ayudó al Hombre a levantarse, sonriendo.
Pero aún quedaba una última cosa por hacer.
-¡¡E…E…Esperad!!- El gordo balbuceaba ante la tenebrosa mirada de ambos Pantera.
-¡ESPERAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAD!.

***

Los edificios estaban anclados ferozmente en la oscura noche, tan altos que los pocos destellos de la luna no llegaban al suelo. Calles estrechas surcaban las grietas de la ciudad, y la incertidumbre se apoderaba de la mente del único transeúnte.
Mark Shock se había perdido. Otra vez.
-Maldita sea. A este paso nunca llegaré a ninguna parte.-
Estaba un poco molesto pero seguía caminando sin prisa, despreocupado. Sus sandalias rozaban el suelo, causando el único ruido del lugar, progresivamente ahogado por un creciente alboroto cercano. Era lo primero que le llamaba la atención en horas, así que se acercó. Siguió el escándalo hasta que llegó al final de un callejón. El alboroto era mayor de lo que esperaba. Seguro que alguien sabía dónde estaba el campo de entrenamiento de los Pantera, y no dudó en preguntar, pero todo el mundo estaba gritando palabras que no acababan de cuajar en el aire. La gente rodeaba una valla metálica bastante alta.
-Esto es inadmisible. Estoy harto de tanto jaleo siempre por culpa de estas mafias absurdas.- los comentarios no cesaban.
-¿Pero qué demonios ha pasado?-
-Desde que pusieron este campo de entrenamiento aquí no hay quien viva tranquilo.-
¿Campo de entrenamiento? Pensó Mark. Por fin lo había encontrado, pero algo andaba mal. Intentó pasar entre los vecinos, pero solo pudo ver que a la derecha se alzaban más edificios, contrastando con los árboles que se vislumbraban al fondo y a la izquierda de las vallas. Era su oportunidad para hablar con un miembro y decirle que quería ser uno de ellos, pero no podía pasar. La gente estaba demasiado agitada.
En ese mismo momento, varias personas empezaron a salir del recinto. Los vecinos se agitaron más y muchos empujaban para hacer un pasillo por donde pudieran irse los recién llegados. Eran Pantera. La cara de Mark cambió por completo. No tenía más oportunidad que ésta, y empezó a empujar con más fuerza, acercándose un poco al pasillo formado por la gente. Una docena de guardaespaldas se abrían paso entre la multitud, rodeando a un hombre lleno de vendas y heridas, entre las que emanaban furia, poder y tristeza. Todos empezaron a alejarse, haciendo retroceder a Mark, que no paraba de avanzar. Estaba a punto de conseguirlo, y en ese momento El Hombre y él intercambiaron la mirada más fría y poderosa que nadie hubiera imaginado jamás. Penetrante y demoledora, furiosa. La mano de un guardaespaldas puso fin a esta situación golpeando la cara de Mark y lanzándole fuera del gentío. Desconcertado y decidido, se levantó con la intención de electrocutar a todo el mundo para hablar con ese Pantera cuando oyó un grito que le detuvo en seco.
-¡ALTO!- la voz provenía de atrás.
Mark estaba en el suelo y giró la cabeza para descubrir al que le había frenado.
Era un abuelo alto y grande, que mediría dos metros por lo menos. Vestía unos ajustados pantalones morados y una camiseta negra, cubierta por una gran capa del mismo color. Sus zapatos redondos mostraban unos pies pequeños, y tenía un largo y fino bigote blanco horizontal que casi le llegaba a la altura de los hombros. Un sombrero de copa ocultaba su calva, y su rostro carecía de arruga alguna. Se erizaba el bigote con el dedo. Era redondo como una pelota.
-¿Quién demonios eres tú, vejete?-
Pasaron unos segundos antes de que contestara. Esperando en secreto a que El Hombre se fuera.
-Yo… soy…un Pantera-